Erdozia Martínez, X.
El espíritu liberal de Bilbao y la memoria de los sitios, 1835-1937
Bilbao, Incobi, 2024, 503 pp.
Octavio Ruiz-Manjón
Universidad Complutense de Madrid
Cómo citar: Ruiz-Manjón Cabeza, O. (2024). Erdozia Martínez, X. (2024). El espíritu liberal de Bilbao y la memoria de los sitios, 1835-1937. Bilbao: Incobi. Sancho el Sabio: revista de cultura e investigación vasca, 47, 232-234.
https://doi.org/10.55698/SS47-2024-11
El libro arranca en la Nochebuena de 1836, cuando las tropas que dirigía el general Espartero inician el ataque que les permitió entrar en Bilbao al día siguiente y romper el cerco que las tropas carlistas del general Eguía habían establecido, desde hacía un mes y medio, en torno a la capital de Vizcaya.
Y el autor deja claro su propósito desde un primer momento: ha escrito una “historia de la memoria de los sitios de Bilbao” (p. 31). Ha trabajado, por tanto, sobre los discursos que se han elaborado en torno a aquel sitio y los que le seguirían hasta 1937, cuando las tropas nacionales, en las que había una fuerte proporción de carlistas, rompieron el proclamado “cinturón de hierro” en torno a la ciudad.
El momento del inicio de esta historia no podía ser más interesante. Charles Darwin acababa de desembarcar en Plymouth, tras el segundo viaje del Beagle y, aunque tardaría aún algunos años en llegar al gran público, había iniciado una batalla filosófica y antropológica que habría de tener profundas repercusiones a partir de 1859 (El origen de las especies).
En España, en dónde se acababa de iniciar el reinado de una niña de tres años, se vivía un profundo conflicto social que enfrentaba a los partidarios de la monarquía tradicional y a los defensores de una sociedad liberal que tenía sus raíces en los principios revolucionarios que habían aflorado en los años finales del siglo anterior. La guerra civil entre carlistas e isabelinos, que se inició tras la muerte de Fernando VII y el acceso al trono de Isabel II, fue el desenlace fatal de ese conflicto.
La política anticlerical de los gobernantes liberales determinó, además, que la Santa Sede rompiese las relaciones diplomáticas con el Gobierno español a finales de octubre. Para entonces, ya eran más de cien los religiosos asesinados en Madrid, Zaragoza, Barcelona y otras poblaciones catalanas.
Inútiles serían los esfuerzos de Donoso Cortés de contener la división de los españoles en las lecciones de derecho político que estaba impartiendo en el Ateneo de Madrid desde noviembre de aquel 1836, mientras que Mariano José de Larra, a comienzos de aquel mismo mes, era ya mucho más pesimista en el diagnóstico: “Aquí yace media España; murió de la otra media” (“El día de difuntos de 1836”, en El Español, 2.XI.1836).
En ese contexto, la obra de Xabier Erdozia se convierte en un amplio recorrido que va, desde el afloramiento de un espíritu liberal bilbaíno en las difíciles circunstancias creadas por los sitios carlistas de 1835 y 1836, hasta la proscripción formal de ese espíritu tras la entrada de las tropas franquistas –con una fuerte proporción de elementos carlistas– en Bilbao, en junio de 1937.
Para realizar ese recorrido, de poco más de un siglo, el autor ha realizado una exhaustiva movilización de fuentes locales –documentación original y publicaciones locales– sin perder nunca de vista el contexto de la realidad española, en el que ha demostrado un excelente conocimiento de la historiografía del periodo.
A lo largo de ese recorrido nos va desvelando los muchos matices que la memoria de aquellos hechos ha ido mostrando.
La ruptura del sitio de 1836 se traduciría, en los años inmediatos, en conmemoraciones cívicas –aunque siempre con un acto religioso– en las que se ensalzó la defensa de los ideales liberales por una ciudadanía que nunca perdió de vista que contaba con un entorno rural que no comulgaba demasiado con sus convicciones.
El final de la guerra civil, a partir del convenio de Vergara de agosto de 1839, incorporó un elemento nuevo, que fue el del reconocimiento de los fueros de las provincias vascas (p. 110), que vinieron a constituirse en una especie de constitución privativa de aquel territorio. La realidad foral tendría una legitimidad completa a partir de la ley que se publicó en la Gaceta de Madrid del 26 de octubre de aquel mismo año.
La fecha del convenio pasó así a ser la referencia dominante de una nueva situación política que se prolongaría durante todo el reinado de Isabel II, mientras que la conmemoración del 25 de diciembre se iba desdibujando en la memoria de los bilbaínos. Se frustraron, sin embargo, todos los intentos de plasmar ese discurso liberal, en algún monumento que recordara a las siguientes generaciones las experiencias vividas
Un cambio radical, en ese sentido, vino facilitado por el triunfo revolucionario de 1868, que significó el derrocamiento de Isabel II y el triunfo de los principios democráticos reflejados en la constitución de junio de 1869.
La construcción de un monumento que recogiese los restos de quienes habían defendido Bilbao en los sitios carlistas de los años treinta encontró el pleno apoyo de las nuevas autoridades. El lugar escogido serían los altos de Mallona, y la inauguración del monumento, el 24 de mayo de 1870, contó con la presencia de numeroso público bilbaíno y la intervención del rector de la Universidad Central, Fernando de Castro, que había abandonado el sacerdocio católico y abrazado el pensamiento krausista.
En todo caso, el conflicto desatado por los carlistas en la primavera de 1872 llevará a un nuevo sitio de Bilbao a partir de diciembre de 1873. Son de esa época los primeros recuerdos del niño Miguel de Unamuno (Paz en la guerra, 1897), llamado a convertirse en protagonista de ese espíritu liberal bilbaíno en los años siguientes.
La ruptura de ese cerco, el 2 de mayo de 1874, añadirá una nueva fecha de referencia a los liberales de la ciudad que, en esta ocasión, no se empeñarían en la construcción de un monumento de piedra sino en la creación, en el otoño de aquel mismo año, de la Sociedad “El Sitio”.
Fundada en el otoño de 1875, sus salones se convertirían en el escenario de pronunciamientos de las figuras más destacadas del pensamiento liberal. Allí pronunciaría Ortega, en marzo de 1910, su conferencia sobre “La pedagogía social como programa político”, en donde señaló a Europa como el instrumento para obtener la regeneración que se buscaba.
La memoria del liberalismo bilbaíno sufriría, en todo caso, la distorsión provocada, a finales del siglo XIX, por la aparición del nacionalismo vasco y el auge del movimiento socialista que, sin embargo, no alteraron la persistencia de un discurso liberal que alcanzaría su momento de esplendor durante los años de la segunda República.
Sería un triunfo efímero porque el desencadenamiento de la guerra civil conduciría a un nuevo sitio de la capital bilbaína por unas tropas en las que abundaban los elementos carlistas. Como si se tratara de un símbolo, el monumento de Mallona –que ya estaba en un triste estado de conservación– sería desmantelado y hoy sólo podemos conocerlo por fotografías y dibujos de la época.
Toda una forma de entender la vida en sociedad pareció quedar proscrita, aunque aquel espíritu liberal terminaría por renacer de sus cenizas en los años finales del régimen franquista y en el periodo de transición política que vino a continuación.
El estudio va precedido de un extenso prólogo de Fernando Maura que va mucho más allá de los prólogos convencionales que tanto abundan en otros libros. Es una reflexión muy personal de una persona que mira el pasado de Bilbao desde la óptica de su experiencia política reciente y profundiza en la caracterización de Juan Pablo Fusi, que ha visto en ese espíritu liberal algo que “más que un cuerpo doctrinal, que un programa definido, que unas ideas concretas, era un vago sentimiento de civismo, de tolerancia y de flexibilidad política” (p. 13)
Una excelente clave para adentrarse en las páginas del apasionante relato que nos ofrece Xabier Erdozia.