Fernández Soldevilla, G., & De Pablo, S
Las raíces de un cáncer. Historia y memoria de la primera ETA (1959-1973)
Madrid, Tecnos, 2024, 412 pp.
Francisco Javier Merino Pacheco
Investigador Independiente
Cómo citar: Merino Pacheco, F. J. (2024). Fernández Soldevilla, G., & De Pablo, S. (2024). Las raíces de un cáncer. Historia y memoria de la primera ETA (1959-1973). Madrid: Tecnos. Sancho el Sabio: revista de cultura e investigación vasca, 47, 245-248. https://doi.org/10.55698/SS47-2024-15
La bibliografía sobre ETA es abundante y cuenta con numerosas obras de calidad que ofrecen un panorama amplio sobre lo que significó la organización terrorista. No obstante, un asunto de tanta trascendencia y complejidad nunca ve agotadas todas las perspectivas de análisis. Por eso, los trabajos susceptibles de ofrecer nuevos enfoques y ampliar el ángulo de visión son bienvenidos. No es necesario recordar el protagonismo que aún cobra ETA en determinados momentos en forma de lamentable polémica partidista, generalmente desde consideraciones muy alejados no ya del rigor y la objetividad que deben presidir el trabajo científico, sino de una saludable aproximación que debería partir de la negativa a utilizar un tema tan doloroso para captar votos. Por eso el libro de Gaizka Fernández Soldevilla y Santiago de Pablo es una pieza más que contribuye a un mejor conocimiento de un fenómeno que condicionó de manera decisiva y trágica la realidad de Euskadi y de España. Y que aún hoy sigue haciéndolo, aunque obviamente en menor medida.
Como el título expresa de forma gráfica, el trabajo explora los primeros años de la banda terrorista, a través de una serie de artículos que mantienen algunas constantes que ya habían sido apuntadas en otros trabajos de los autores, de las que podemos resaltar algunas, sin agotar todas las contenidas en el libro.
No hubo ninguna suerte de inevitabilidad en el nacimiento, evolución y desarrollo de ETA. Los miembros de la organización fueron adoptando decisiones de forma voluntaria, sin ninguna restricción determinante que les obligara a emprender el rumbo tomado. La violencia no fue inevitable; fue una decisión consciente y meditada. Nada conducía de manera ineluctable al recurso a las armas, ni siquiera la violencia practicada desde el régimen franquista, igualmente ejercida en otros territorios y contra otros sujetos políticos, sin que la gran mayoría de las fuerzas de oposición a la dictadura se apartaran de la lucha pacífica. Precisamente la idea de una opción por la lucha armada poco menos que inevitable dada la naturaleza de la represión ejercida por el franquismo se refuerza con determinadas versiones difundidas desde el nacionalismo radical. El aparato de propaganda sigue funcionando, prolongando versiones de los hechos que justifican a ETA, elaborando un relato que pretende describir a la organización como la expresión de una respuesta a la opresión violenta ejercida por el régimen franquista. Algunas de las exhaustivas investigaciones recogidas en el volumen inciden en la deformación de la verdad histórica introducida por una versión de los hechos que no solo no busca aclarar los mismos con el detalle que requiere la investigación histórica, sino que se deforman y se manipulan en función de la necesidad y del objetivo político que se pretende conseguir. Así, la indagación sobre la fecha de nacimiento de ETA, aparentemente una cuestión trivial, deviene significativa ante el objetivo del nacionalismo radical de desmentir la fecha tradicionalmente admitida (31 de julio de 1958; el 31 de julio es la festividad de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y es igualmente la fecha -de 1895- en que se fija convencionalmente el nacimiento del PNV), para difuminar la sombra del paralelismo con el nacionalismo católico y tradicionalista del PNV que pudiera suscitar un día con tantas connotaciones. Semejante detallismo en la indagación requiere la reconstrucción de la muerte de Javier Batarrita el 27 de marzo de 1961 a manos de la guardia civil; la interpretación de los hechos deviene igualmente un elemento clave para explicar la trayectoria de ETA: la imagen de un ametrallamiento policial premeditado para acabar con la vida de dirigentes de ETA facilita su presentación como una organización que recurre a una violencia de respuesta frente a la brutal represión del régimen. El relativo éxito de la estrategia acción-represión-acción en la que basa ETA su actividad en los años finales del franquismo contribuye a difundir esa imagen de una violencia reactiva, concepto que no encaja con el de terrorismo. Quizá esta sería una explicación de la reluctancia de los dirigentes de EH Bildu a considerar terrorista la actuación de ETA.
Junto a capítulos que muestran esa puntillosa labor del historiador empeñado en reconstruir con la mayor exactitud posible los hechos, se incluyen otros que abordan cómo ha sido tratado el fenómeno de ETA en el cine o la televisión. Como es lógico, en los medios audiovisuales se advierte una evolución que refleja la experimentada por la sociedad vasca (y en buena parte también la española) en relación con la organización terrorista. Si las primeras aproximaciones delatan un cierto tono hagiográfico, producto de la caracterización de ETA como un grupo antifranquista cuyos miembros serían luchadores por la liberación nacional frente a una dictadura, progresivamente se va conformando una representación más crítica con las prácticas de ETA, lo que se plasma de forma evidente en las producciones más recientes. La línea invisible o Patria, quizá las series sobre ETA que han gozado de mayor repercusión, se acercan al fenómeno con una voluntad de aportar claves para la explicación del mismo, sin ahorrar las conclusiones políticas y morales susceptibles de provocar la violencia y el asesinato como prácticas habituales.
Si la minuciosidad de la investigación histórica es fundamental para combatir el relato promovido desde el nacionalismo radical, no lo es menos para enfrentar mitos o teorías teóricamente plausibles pero que los hechos desmienten. Tal ocurre con dos de los atentados ocurridos en el periodo tratado en el libro. Por un lado, se analiza el asesinato de la niña Begoña Urroz, considerada por algunos la primera víctima de ETA, en junio del 60. Sin embargo, en esta ocasión el responsable del atentado fue el DRIL (Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación). De manera similar, sobre el asesinato de Carrero Blanco pendió siempre la duda de la supuesta implicación de otros agentes, aparte de la indiscutida autoría de ETA. La magnitud del atentado, la sorprendente incapacidad de las fuerzas policiales de prevenirlo y de proteger a todo un presidente del Gobierno, y sobre todo la cercanía de la embajada americana en Madrid suscitaron la difusión de serias dudas sobre posibles apoyos que hubieran ayudado a los etarras a la comisión del magnicidio. A todo ello cabría añadir las conocidas divisiones existente entre los dirigentes de un régimen en franca decadencia. Las teorías de la conspiración parecían servidas en tal escenario, y, efectivamente, circularon con profusión en los años posteriores al atentado, y todavía en fechas recientes es posible contemplar incluso en medios serios algunas dudas sobre la atribución exclusiva a ETA de la muerte de Carrero y sus acompañantes. Sin embargo, Fernández y De Pablo llegan a la conclusión de que no hay ningún indicio de la posible implicación norteamericana en el atentado, aportando igualmente hipótesis que vendrían a contrarrestar esas inducciones que desde cierto sentido común podrían realizarse: no hubo protección en torno a todo un presidente del Gobierno porque nada hacía pensar en un atentado de estas dimensiones, ETA por entonces apenas había cometido atentados fuera de territorio vasco, y no se imaginaba una capacidad logística como la acreditada en el asesinato. También es cierto que, aunque la embajada de EEUU en España se localiza cerca del lugar de colocación del explosivo, no se trata de una distancia tan escasa que permita dudar de su pasividad. Por otro lado, también en este caso frente a la indagación científica actúa la propaganda: el asesinato de Carrero Blanco, como se sabe, fue uno de los episodios que contribuyeron a forjar el mito de una ETA que a su vocación justiciera contra el despotismo añadía su capacidad para la realización de acciones de enorme envergadura. El atentado de Madrid encajaba perfectamente en una imagen que hacía además a ETA responsable de acabar con quien se suponía representaba la continuación del franquismo sin Franco. Que ello se contradiga con el análisis, aún vigente en ese mundo, que sostiene que la monarquía constitucional que sucedió a la dictadura solo fue un cambio de fachada que no alteró realmente la naturaleza del régimen no ha sido óbice para que se mantuviera un relato que tiene como objetivo realzar el papel de ETA.
Igualmente significativo es el tratamiento otorgado a las primeras víctimas de ETA por los propagandistas del nacionalismo vasco radical, empeñados en elaborar ese relato negacionista que permita difuminar el carácter criminal de la banda terrorista. La descripción pormenorizada del primer asesinato, el del guardia civil José Antonio Pardines, así como la de la posterior muerte de su autor, Txabi Etxebarrieta, difieren de la versión que difundida desde ETA recorrió el País Vasco, y que aún hoy es dada por veraz en amplios sectores. Mientras que el segundo asesinato (el primero premeditado), el del inspector jefe de la BIS de San Sebastián Melitón Manzanas, es reivindicado con orgullo por su participación activa en la represión ejercida sobre la oposición al régimen, la muerte del taxista Fermín Monasterio, asesinado el 9 de abril de 1969 por un activista de ETA cuando huía de la policía, es ocultada por el carácter mucho menos épico de la acción.
Particularmente novedosos resultan los dos últimos capítulos, que abordan la relación de ETA con los movimientos nacionalistas africanos y la localización de los atentados como lugares de memoria en la geografía vasca y del resto de España, respectivamente. La decantación de ETA por el nacionalismo revolucionario como ideología más adecuada a su actuación en los últimos años del franquismo tenía sus modelos en movimientos revolucionarios que sacudían en esa época países del llamado Tercer Mundo: Vietnam, Cuba, Israel, y sobre todo Argelia jugaron un papel preeminente en la búsqueda de una lucha de liberación que pudiera permitir paralelismos con la que la organización pretendía impulsar en el País Vasco, aunque hubiera que forzar la realidad hasta el punto de identificar Euskadi con una colonia. Lo cierto es que, de manera consecuente, ETA tendió a apoyar las luchas por la independencia de los países africanos en los años de la descolonización añadiendo a la perspectiva nacionalista el componente antiimperialista (analizado igualmente en el capítulo dedicado a la relación con el antiamericanismo, particularmente intenso en ETA y su entorno), yendo algún paso más de la denuncia de un PNV que se limitó a preconizar la independencia de pueblos considerados naciones. Respecto a los lugares de memoria, se subraya su paralelismo con la evolución de la mirada de la sociedad hacia las victimas; si la conmemoración en lugares públicos de los damnificados por las acciones de ETA fue inexistente durante largos años, su presencia se ha visto incrementada recientemente, al tiempo que iban desapareciendo (o reduciéndose considerablemente) las que rendían homenaje a miembros de ETA desaparecidos. No obstante, el reconocimiento de las víctimas de ETA, que debería pasar inevitablemente por el reconocimiento de su significado político, sigue tropezando con los mismos obstáculos que impiden un consenso social y político mínimo en torno a la evaluación de la acción terrorista: si bien ya no circulan mensajes reivindicativos de las prácticas violentas, sí se evita la condena clara y rotunda mediante la formulación de expresiones ambiguas que envuelven el crimen en un contexto supuestamente atravesado por varios tipos de violencia que habría que analizar en su conjunto, o más bien, tienden a manifestar una solidaridad con las víctimas en general que pretende ignorar quiénes y por qué las convirtieron en tales; es decir, una forma inmoral de desmemoria. A combatirla brillantemente contribuyen los dos autores de esta obra, una más de una larga y fructífera trayectoria.